En la arquitectura contemporánea, el cerramiento es mucho más que un simple límite físico entre el interior y el exterior: es un componente fundamental en el desempeño térmico, lumínico y acústico de un edificio. En este contexto, es importante reconocer que la mayor superficie expuesta a la radiación solar, al viento, a la lluvia y al resto de las inclemencias del tiempo no corresponde a los marcos ni a los herrajes, sino al vidrio. Este hecho, que a menudo pasa desapercibido en las etapas iniciales del diseño y especificación, debería convertirse en el eje rector de cualquier proyecto que aspire a lograr eficiencia energética, confort y durabilidad. Prescribir un cerramiento sin haber definido primero el tipo de vidrio es, en términos técnicos, invertir el orden lógico del diseño.

El vidrio no solo determina la cantidad de luz natural que ingresará a los espacios, sino también la ganancia o pérdida térmica, la protección contra rayos UV, el control de deslumbramientos y la calidad de vida interior. Además, su comportamiento frente al ruido, la seguridad estructural y el mantenimiento también influye en la selección de los demás componentes del sistema de cerramiento.
Antes de elegir marcos, sistemas de apertura o herrajes, el proyectista debería establecer con claridad cuál es el desempeño requerido del vidrio, en función del clima, la orientación, el uso del edificio y los estándares normativos. Esta decisión inicial permitirá optimizar el resto del sistema constructivo: seleccionar perfiles compatibles con el espesor y peso del acristalamiento, determinar herrajes adecuados para cargas y ciclos de uso, e incluso prever soluciones de sombreamiento o automatización.
Adoptar esta lógica de prescripción no solo mejora el rendimiento técnico del cerramiento, sino que también alinea el proyecto con los principios de sostenibilidad, economía a largo plazo y responsabilidad ambiental.