En los últimos años, hemos sido testigos de una creciente invasión de productos fabricados con WPC (Wood Plastic Composite) en el mercado de la construcción y el diseño arquitectónico. Decks, fachadas, pérgolas y muros se llenan de estos materiales seductores que, a primera vista, prometen estética, durabilidad y bajo mantenimiento a precios sorprendentemente bajos. Pero detrás de esa fachada atractiva y esa propaganda bien orquestada, se esconde una realidad que muchos compradores desconocen y que podría costarle mucho más a mediano plazo.

El principal motor de esta expansión desmedida no ha sido la calidad, la innovación o la responsabilidad ambiental, sino el precio. Fabricantes, importadores y distribuidores han inundado el mercado con versiones económicas del WPC, aprovechando un vacío de información técnica clara, regulaciones poco estrictas y una oleada de publicidad que maquilla las debilidades del producto. La consecuencia: un consumidor desinformado que termina adquiriendo materiales de baja calidad con expectativas equivocadas.
Uno de los principales problemas de los WPC económicos es su rápida degradación cuando están expuestos a condiciones reales de uso. Muchos compradores descubren, demasiado tarde, que sus decks se decoloran en cuestión de meses, que las superficies se agrietan o deforman con el calor, o que la humedad termina afectando la integridad estructural del producto. Estas fallas no solo arruinan el diseño, sino que comprometen la seguridad y elevan los costos de mantenimiento o reemplazo.
A esto se suma la escasa o nula trazabilidad de estos productos. La mayoría de los WPC de bajo costo provienen de fábricas sin controles de calidad certificados, con mezclas de polímeros reciclados de dudosa procedencia y cargas orgánicas no estabilizadas. Sin una ficha técnica confiable, sin certificaciones válidas y sin respaldo real, el comprador queda completamente expuesto a la suerte. Y cuando surgen los problemas, no hay garantías que respondan.
Otro factor preocupante es el uso abusivo del término “ecológico” en el marketing de estos productos. Muchos fabricantes presentan sus perfiles de WPC como una solución sostenible, cuando en realidad utilizan plásticos contaminantes, aditivos tóxicos y procesos industriales sin ningún tipo de norma ambiental. Esta falsa narrativa no solo engaña al consumidor, sino que también socava los esfuerzos de verdaderas empresas comprometidas con la economía circular y el diseño responsable.
La falta de normatividad y vigilancia también juega un papel clave. En México, como en muchos otros países latinoamericanos, no existe una regulación clara y obligatoria sobre la composición, desempeño y etiquetado de los productos WPC. Esto abre la puerta a una competencia desleal donde el que vende más barato, aunque el producto no cumpla con ninguna norma internacional, termina imponiéndose en el mercado, empujando hacia afuera a fabricantes serios y comprometidos con la calidad.
Es urgente que los consumidores, arquitectos, desarrolladores y distribuidores comiencen a exigir más información técnica, certificados reales y garantías claras antes de tomar decisiones de compra. No basta con que el material se vea bonito al instalarlo; hay que pensar en cómo se comportará con el tiempo, qué impacto tendrá en el entorno y qué respaldo ofrece el proveedor. Solo así se puede construir un mercado más justo, sostenible y profesional.
Las asociaciones, colegios y medios especializados tienen la responsabilidad de educar, alertar y promover estándares mínimos que protejan a los compradores y eleven la calidad de los productos en circulación. De lo contrario, seguiremos viendo cómo los errores del presente construyen los problemas del futuro, uno por uno, deck por deck, fachada por fachada.