El uso racional de la energía traducido en eficiencia ha pasado de ser un tema conversación a ser el tema del que debemos forzosamente conversar. La certeza absoluta que ahora tenemos acerca del calentamiento global nos obliga a pasar de observadores a protagonistas, un papel para cada individuo en el planeta que nos asigna en lo particular la tarea de convertirnos en promotores de esta idea.
La construcción de edificios en sí, y todas las actividades alrededor de ella, representan a nivel mundial el 40% de la demanda de energía y son responsables directamente de un tercio de las emisiones globales de gases efecto invernadero (GEI). Una actividad que sigue consumiendo energía a lo largo de la vida útil de los edificios en nuestro país debido fundamentalmente a la falta de compromiso tanto del sector público como privado en promover y cumplir normativas que corrijan el despilfarro del que hacemos alarde conviviendo con productos y sistemas constructivos ineficientes energéticamente hablando.
Ha llegado el momento de poner atención hacia donde apuntan los países más desarrollados en materia de eficiencia. Estas naciones han mutado sus intereses después de ser promotores del derroche energético hasta convertirse en los mayores defensores de las energías limpias y fomentado nuevos sistemas constructivos que no demanden energía para preservar el confort térmico de los edificios. Han generado programas internacionales en apoyo a economías menos desarrolladas y fondos de ayuda económicos que premian la reducción de la huella de carbono que rodea esta actividad constructiva que, además, ha entrado en un crecimiento frenético para satisfacer las necesidades de vivienda en estos países. Todo ello, aunado a una voluntad política que alimenta el discurso de la sustentabilidad desde la disfuncionalidad burocrática que impide que las ayudas permeen las capas productivas necesarias para hacer posible un cambio real hacia una construcción sustentable.
Organismos e instituciones del sector público y privado se han dado a labor de diseñar estrategias y esquemas de financiación que buscan reducir el consumo de energía y garantizar la limpieza del origen mientras desconocen el principio más importante, la mejor energía, es la que no se produce o, dicho de otra manera, reducir la demanda es tan importante como producir energía limpia si la seguimos derrochando. Es en este sentido que se hace evidente la necesidad de involucrar un mayor numero de profesionales que pueden servir de guía hacia la implementación de sistemas y productos que puedan reducir esta demanda. Crear nuevas normativas y establecer métodos de evaluación que garanticen que la parte más débil de la sociedad abandone para siempre la pobreza energética y la parte más pudiente, el despilfarro.
Como responsables que somos de nuestro sector, deberemos aceptar el reto para ser parte de un cambio real hacia la sostenibilidad.
Colaboración: AMEVEC